lunes, 20 de agosto de 2012

Del gesto y la palabra




                                cortesía de Rachel Towers, en algún templo de la India



Imaginar los gestos del pasado es una alternativa necesaria, al no existir tantas fuentes como encontramos de la palabra, privilegiada en el reino de la comunicación.  Pero el gesto y el silencio están primero, es importante hablar a partir de aquí.    Pensar en el poco acertado y maravillosamente producido Apocalypto de Mel Gibsonº obliga a insistir de nuevo en la importancia del contexto y el demérito del etnocentrismo.

Los mayas que retrata Gibson difícilmente gestualizaran como los malos y buenos que la escuela todavía denominada occidental, término a estas alturas un tanto anacrónico, acostumbra colocar en festines guerreros, desde siempre, desde que se nos obligó a creer que la maldad es ajena, que está afuera.  Si en nuestros tiempos, un gesto no habitual como tocarse la nuez de la garganta, podría llegar a interpretarse como un tipo de amenaza estrambótica, en algunos países del Este de Europa equivale a acordar, pactar, asentir en algo, o a expresar cierta duda, al estilo de un modo de interrogación o un no sé gestual.  Un mismo gesto entonces asimilado de forma opuesta, tanto positiva como negativa.  Es inevitable pensar entonces en la cantidad de interpretaciones que no van por donde deberían ir, en la cantidad de errores y de decisiones funestas que cometemos por el simple hecho de no analizar e intentar entender un simple gesto.

Examinar la filogenia del lenguaje en primates, del lenguaje gestual, tal y como establece Andrés Rosselliº, es toda una exploración en el acercamiento a la gestualidad.  La gestualidad humana todavía conserva enlaces con el cosmos primate, cuestión paulatinamente más borrosa.  El hecho de observar la sutileza de gestos de los primates nos recuerda no solo que estamos frente a una forma de espejo, sino que el cerebro tiene todavía zonas oscuras, zonas en las que quizá con un golpe de suerte, podemos llegar a entrar...pero no mucho más allá del vestíbulo.  Por ello es casi insólito que no exista la asignatura del lenguaje no verbal en los colegios, no como curiosidad o contenido dentro de otra materia más global, sino como asignatura obligada.  El acercamiento profundo al lenguaje no verbal ajeno evitaría innumerables conflictos, uniría más que desuniría.

Un grito no siempre es sinónimo de violencia.
Un no gestualizado con la cabeza puede ser afirmativo.
El hablar cara frente a cara puede no significar amenaza.

El tiempo pasa y las lenguas desaparecen.  Muchas vallas menos y al mismo tiempo muchas vallas más.  Conservar los sistemas de pensamiento sin separar, gran reto del siglo XXI.  En espacios de tecnología cotidiana, lo mismo ocurre con los gestos.  Miles de gestos que ya nadie usa, que depuramos de nuestro lenguaje día a día, corrección tras corrección, donde hacemos prevalecer la palabra y la sobriedad no verbal. Gestos desechados por torpes, inadecuados, soeces, innecesarios...obligándonos a ignorar que son una fuente valiosa y emocional de comunicación.  Que también esconden una historia y una forma de conocimiento.  Por suerte todavía nos quedan los primates, alguna que otra cultura libre y el silencio...


º EEUU, 2006
º Rosselli, Andrés: Evolución neurológica de la palabra.






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