lunes, 11 de febrero de 2013

Continuación de la entrevista a Mumamel

(Del Post 16/01/13)


4- Esto último que comentas de la dicotomía herramienta/no herramienta al (no) servicio del sistema me parece muy sustancioso y de gran vigencia actual. En estos momentos de múltiples crisis de todos los tamaños y características, quizá más que nunca la persona se ha transformado en herramienta. Lo digo en el sentido de que antes quejarse en un trabajo por ejemplo no era tanto un sinónimo de "despedida automática" como lo es ahora. Es sabido que la pérdida del espíritu de queja, de descontento, convierte paulatinamente a la persona en una herramienta propiamente dicha, al servicio del poder.

Es muy interesante la gran casi que diatriba entre artistas que consideran que los apabullantes conflictos socioeconómicos que estamos viviendo deben escapar por completo al arte, colocando a éste en una especie de santuario más allá del bien y del mal y como contraparte hacktivistas, que trabajan en red también haciendo uso del arte y están provocando grandes impactos a nivel de las estructuras de represión. ¿Cuál es tu opinión al respecto?




Esta pregunta me enlaza con el conflicto de si el arte tiene que hacer crítica social o no. Creo que la solución está en la libertad. No debería haber leyes de cómo tiene que ser el arte. Puede ser un arte comprometido y crítico con la situación social que es muy intensa, un arte al contraservicio del gobierno. Un arte que grita y denuncia. Pero también puede ser un arte al margen, un arte puro que cuente pequeñas cosas íntimas o incluso que no tenga que contar o significar nada, tocando la abstracción, un arte incondicional. Incluso puede ser un "arte" dañino y cruel, con mucha estética, pero maltratando a la naturaleza, a otras personas o animales.



5- Antes hablabas de taller 1, de lo mágico del entorno aquel donde vivimos y trabajamos un grupo pequeño de personas entre 2006-08, cuando el dueño de este taller, persona de gran influencia político-económica en Barcelona, no solo nos desalojó sino que alquiló (o vendió o cedió) el espacio a una persona que remodeló por completo el mismo destrozando la base. Teniendo en cuenta que el taller fue reconstruido por la visionaria artista japonesa Fumico Azuma y su pareja Tim Can usando materiales reciclados, barro, madera, cartón, papel de arroz caligrafiado mediante la técnica del pincel japonesa... y logrando de este modo un lugar único y visitado diariamente, ¿hasta qué punto crees que es lícito destrozar lo antiguo para comenzar lo nuevo?

Mi pregunta tiene que ver con políticas muy agresivas de la construcción y de la vivienda, pues estas enlazan con la vida cotidiana y por lo tanto con la memoria artística, histórica, urbana. Lo que quiero decir es que obviamente derribar un espacio que debería estar protegido como enclave artístico, producto de un esfuerzo, talento y dedicación enormes, no es en absoluto castigado por el tema de la propiedad privada.

Sin embargo pintar un pequeño graffitti en una puerta sí que lo es, y sigue entrando aquí el tema de la propiedad privada. Claro, se trata de quién ejerce el poder si el león o el ratón, ¿no?



Estas actuaciones pueden ser acordes a la ley, la constitución y todas esas normas elegidas por unas pocas personas. Pueden serlo. Pero si entramos en los terrenos de la sensibilidad y la ética, la cosa se vuelve como una arena movediza. Mucha gente tiene criterios económicos en su cerebro, no tienen sentido artístico ni sentimientos románticos. Vemos a diario personas ciegas de corazón, que solo buscan el propio lucro, el ascenso al poder y otros criterios egoístas. Y desde nuestras pequeñas posiciones (no es necesario ser el alcalde) podemos elegir uno de los dos caminos...

Eso es todo amigxs!


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