miércoles, 13 de noviembre de 2013

El espejo

Desde Uruguay, el país pequeño de las casas bajas,

un relato grande de Andrea Tato...

Foto de Zaida Fernández



EL ESPEJO






Ella se vestía todos los días delante del espejo antes de irse a trabajar. Se maquillaba, peinaba, arreglaba, haciendo el esfuerzo de transformar una cara que ya no era la suya, que intentaba decirle algo que no podía entender pero le dolía.

Sus ojos se endurecían congelados debajo del rimel. Su piel otrora rosada, tenía un color que era imposible definir. Sus labios eran tan solo una raya debajo de la nariz. Su cuerpo un esqueleto con carne que sostenía la ropa que compraba en cómodas cuotas sin recargo.

Un frío le recorrió la espalda. Quiso llorar pero no pudo, hacía tiempo que había olvidado cómo hacerlo. Intentó sonreír mientras se aplicaba el lápiz labial pero se dio cuenta que no tenía la más pálida idea de cómo hacerlo. Tuvo que conformarse con mover la cabeza.

Se alejó del espejo y miró por la ventana. La gente caminaba presurosa, los autos tocaban bocina. Unos niños gritaban. El cielo gris envolvía todo. A lo lejos se oía una televisión parloteando, prometiendo lo que nunca iría a cumplir.

Miró el reloj, en cinco minutos pasaría el ómnibus. Tomó la cartera, el abrigo, las llaves, se miró una última vez en el espejo y se fue.

Unas diez horas más tarde regresó. Encendió la luz. La casa vacía parecía bostezar. Todo estaba exactamente como lo dejó. Las sillas alineadas a la mesa. El sofá envejecido. Las paredes mudas.

Dejó el abrigo y la cartera sobre la cama y se miró en el espejo una vez más. Estaba casi igual. La diferencia eran unas ojeras que se dibujaban amenazando cubrir toda la cara. Hizo una mueca y se dirigió a la cocina. Abrió la heladera y preparó algo rápido para comer. Encendió el televisor y se sentó a la mesa. Mecánicamente el tenedor iba del plato a su boca. Los ojos fijos en la pantalla. Risas y llantos ajenos inundaban la casa. Al terminar se lavó los dientes y fue a dormir, pero le costó conciliar el sueño.

Repentinamente vinieron a su cabeza imágenes de otro tiempo, cuando era niña y jugaba con otros niños. En ese entonces podía reír y llorar con facilidad. Corría por la vereda, alegre, sentía el viento en su cara que la despeinaba. Sus padres la miraban sonriendo.

En la cama, bajo las sábanas, por fin logró cerrar los ojos. Hubiera jurado que sus mejillas estaban húmedas al despertar. Enseguida se lavó la cara. Tomó un café instantáneo y comenzó a vestirse frente al espejo. Mientras se ponía la blusa creyó ver una cara idéntica a la suya que le sonreía. Pero ella no movía los labios. Le pareció extraño. Tímidamente tocó esa otra cara. Se sorprendió al notar que el espejo estaba acuoso, tibio. Apoyó con un poco más de fuerza el dedo. De pronto la uña desapareció tras el reflejo. Violentamente retiró la mano. La otra cara continuaba sonriendo. Su corazón latía con fuerza. Retrocedió unos pasos. Observó la cartera y el abrigo sobre la cama. Nuevamente miró la otra cara. Lentamente se acercó al espejo. La casa estaba en silencio. Más allá de la ventana se oía una canción desde una radio.

Titubeando apenas, introdujo su mano en el espejo, luego una pierna, la otra mano, el torso, la otra pierna. Finalmente cerró los ojos y se fue.





Andrea Tato


Posted by Picasa

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