viernes, 15 de mayo de 2015

Lo normal o la rabia incolora





Aprendí a caminar
pero aún voy a trancas, tropezando con mis zancos
buscando un escondite donde guardar tanta prótesis.

Hay un lugar seguro, dicen, donde las hormigas no se acercan a la carne.
Donde se refugian las que en su día fueron prisioneras flotantes.  Ellas aguardan sin saber
que la reencarnación de la espera ahora tiene el nombre del caracol.

Cuando me enseñaron a comer, escupí el primer diente de leche.  Como balas
que el mismo cuerpo engendra en momentos en que el poder muestra las garras.  Amuletos robados en tanto los miembros todavía son tiernos y se resbalan entre los dedos.
Otra uña amarilla cae en el país que se devora a sí mismo.
Más materia, menos vida ardiente para introducir on-line.

Las canas aparecen antes en zona A.  La piel se gasta con suavidad, y se va cayendo en diminutos trozos torneados.  Rodajas ínfimas se pierden poco a poco en la realidad antibiótica.

Hay un arma recóndita que capta este declive y se llama cámara.

Un juicio resentido brota al ver que escribir fue lo último que aprendí.

La forma de tu boca hiere cuando dices: la diferencia
no es normal





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